Montaña
vivienda de una mañana con su tarde donde escapé una noche para enterrar fantasmales
castillos de dueños olvidados, sabuesos implacables de mi perfume. A mi cabeza
que se vuela pero siempre vuelve no se le escapa un río que despiste, ni aquel
sol dando a luz un desparramo de hojas, de esas que sacan a bailar sin medias a los pies insomnes y despistan hacia el sur
las brújulas fantasma cuando hay sonrisas al amanecer.
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