La marea que
marea a veces deja abrirse una ventana y que algún espejo sonría a la sonrisa, y es cuando, un brazo
atragantado de arena logra despegarse para garabatear horas con más letras que
minutos, estrechar manos amigas, abrir puertas y liberar de desiertos el piso
que debajo resbala y baila.
Dejar la
ventana abierta es lícito en este instante en que el horizonte ya se tragó el
sol varias veces y a la noche le sobran luciérnagas alertas a la solicitud de
tres a seis deseos, y con suerte, la probada eficacia para cumplirlos de alguna
estrella si es que se le ve el vuelo a tiempo.
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